martes, 20 de julio de 2010

¿Y si se quedan y pedimos unas pizzas?

-Sos una forra.
-Mirá que forra soy que no te hablo
-Te estas portando como una forra, Mercedes.
-¿Por qué?
-No se, te estás portando como una forra.

Y se te pusieron los ojos tristes. Me acuerdo que mi vieja me retiró antes del colegio porque había faltado un profesor y en el colectivo estaban pasando Take on me y me puse a llorar.
¿Tenés idea de que te habia hecho? Yo no me puedo acordar, como tampoco me puedo acordar como fue que nos reconciliamos. En mi imaginación, al día siguiente me dijiste algo así:

-No me gusta estar peleada.
-Perdoname.
-No, perdoname vos.
-No, vos.
-Somos unas taradas.

Y vos... ¿Te acordas esa vez que nos invitaste a tu casa y no estabas? (Y te dejé un flan abajo de una planta)Que te presté un vestido que nunca usaste hace tres años y sigue en tu ropero, que usas la peor mitad de las cebollas de verdeo, que me cagas a pedos cuando me subestimo...¿te acordás de alguna pelea que hayamos tenido?

Cada vez que nos juntamos pienso que es un milagro que lo nuestro haya "prosperado". Porque hace cinco años no habíamos pasado ni por un octavo de lo que se vino después, y hoy son las tías de los hijos que no tengo, y los personajes más adorables de todas las cosas que no escribo.

Y si bien a veces tienen contestaciones que me incitan a querer ahogarlas en una palangana, se que yo tengo el doble y todavía no hubo intentos de asesinato. (Salvo esa vez en la aerosilla... pero bueno, también podría haberme tirado sola)

Puedo llenar páginas y páginas, y acordarme de un millón de anécdotas. Pero en resúmen, lo que quiero decir es que al parecer resultaron ser los putos amores de mi vida.

martes, 18 de mayo de 2010

The violet monster is back.-

And the Earth says hello.

Es que es así, la señorita se inspira cuando los ángeles le mean encima. Y cuando está más o menos feliz se olvida de que tiene un blog.
No hay nada para postear, salvo mi primer gacetilla de prensa y otras cosillas que escribí para la facultad. Pero he vuelto. Porque Cecilia Fara lo pedía. Porque quiero ver que me sale cuando estoy contenta. Y porque re-da.

Saludos desde aquí abajo!

martes, 19 de enero de 2010

Hold the line


Hola? …Mejor, lavando los platos. Se acaba de ir…. Qué sé yo, no sé, estaba todo bien, estaba contenta hasta hace nueve horas. Perdoname que te joda, vos estás bien? Lindo el viaje? Había pingüinos? … Ah, cierto… No, perdoname, exageré un poco, no es tan grave. Dio la impresión de que me iba a matar, no?... Seguro. No creo que pase nada ahora, me da la impresión de que ya está más que cocinado… Ya sé, pero dije cosas que no tendría que haber dicho, pero te juro que me sacó, me sacó. Era putearlo o matarlo, y ya fue, iba a pasar, cuantos meses más? Dos meses más?... Sí, pero vos sabés que lo quería… Bueno, está bien, te estoy comiendo todo el crédito… Está bien, no voy a escuchar al bizco horrible… Ok. Volvé pronto. Te quiero pánfila. Beso, cuidate.

Tornados: The E! True Hollywood Story

Me fui de camping con Mariel Capeletti y Jésica Para a Entre Ríos: llegamos felices y armamos nuestra carpita iglú en cinco minutos. Almorzamos livianito y cazamos un bolso con protector solar, una manta y el equipo de mate. Fuimos a joder al agua y formulamos diversas hipótesis sobre las criaturas que nos mordían el traste: Mariel llegó a la conclusión de que eran mojarritas.

Nos secamos al sol como un grupo de iguanas centroamericanas, y resolvimos crucigramas mientras el resto de la playa se disponía a ejecutar movimientos sexies, medios tristes por el pedo que tenían, bajo unos rociadores (era un balneario con DJ). Y había shows, con negras meneando el ocote. Contemplábamos la escena mientras nos tomábamos unos tererés. La selección natural hizo que nos encontrásemos con compañeras de facultad de Jésica, que evidentemente tampoco estaban bailando bajo los grifos. Los nerds somos pocos y nos conocemos todos, dice una amiga mía, y con razón.

El vientito empezó a traer unas nubes que no me generaban ninguna simpatía: se iba a largar, inevitablemente. Una parva de ebrios salió corriendo al río, con jarras de sangría en una mano, arrastrando a un amigo con la otra. Nos apresuramos a levantar nuestras pocas cosas y fuimos hacia la carpa.

Llovía, llovía mucho. Particularmente no veía un carajo y ni me imagino Jésica, que de por sí no ve un camello en un laverap. Llegamos para comprobar que la carpa se nos iba a inundar. Agarramos las cosas “de valor” (léase pasajes, un mp4, los documentos, la plata y los celulares) y nos refugiamos en un baño. En situaciones así solo es reconfortante la desgracia ajena, y para eso vinieron bárbaro las amigas de Jésica. Les habían prestado un gazebo de playa y no una carpa; resumiendo: no tenían puerta, así que dejamos todos los bolsos dentro de nuestro humilde nido de amor.

Nunca vi llover tanto en mi vida. Alguien por ahí dijo “tornado” y fue genial la imagen mental de la carpa volando descontrolada por el camping. Se cortó la luz y por algún motivo que no comprendo empezaron a brotar zombis. Salían de las lomas y de los médanos, arrastrándose por el barro, gritando cosas como “Sandro not dead” y “El Fernet, Claudia, dónde dejaste el Fernet?”. Repasé la lista de pasos a seguir ante un zombi attack, pero Jésica dijo que simplemente eran ebrios. Me desilusioné bastante.

Nos sacamos un poco de barro de las ojotas y nos subimos a un remis, terminamos en un pizzería, que nos llevó a un pool de mala muerte, que nos llevó a caminar para encontrar un taxi que nos llevara otra vez al camping. Fue un alivio que la carpa a simple vista estuviera entera. Saqué como pude el agua que había adentro con una toalla, dimos vuelta el colchón inflable y tratamos de dormir. El de la carpa vecina roncaba y Mariel respiraba fuerte, así que fracasé.

La mañana parecía hermosa, hasta que el viento se tornó molesto y se acercó un lugareño cliché, con su ojo medio ciego, mascando un pasto y un sobrero de fieltro, avisándonos que desarmáramos todo porque el tornado se venía con todo. Nos ofreció refugio en un galpón horrendo, pero preferimos parar en el quincho fashion: ahí vendían sándwiches de milanesa y hacían unas caipiriñas no tan feas.
La cuestión es que para el mediodía teníamos todos los bolsos preparados, cosa de que ayudaran a hacer peso para no salir volando ante el desastre.

Si pasó el tornado nunca nos enteramos, estábamos entretenidas jugando a las cartas y comiendo papas fritas.

Ya cuando se puso el sol, mirando al río le digo a Mariel:

-¿Te imaginás dentro de cuarenta años, cuando vengamos con Turismo Social a veranear? Nosotras tres, con mallas enterizas, anteojos como los de esa señora, esos pareos… Si en algún momento las llego a necesitar para que me pasen pantalla solar por el culo, péguenme un tiro, por favor.

- Ni lo pidas, te voy a haber matado para ese entonces. Vos prométeme lo mismo.

- Como que me llamo Montserrat Montañaza.

domingo, 27 de diciembre de 2009

Sobre la inspiración:


Es propio de mi naturaleza dejar las cosas por la mitad. Si digo cuantos guiones o cuentos empecé y abandoné nadie me creería. Pero no voy a hablar de eso, sino del increíblemente funcionamiento de la imaginación. La otra noche estábamos cenando en familia por las fiestas y en medio del brindis había parientes revoleándose bombachas. Un rato antes habíamos hablado con Kevin a cerca de los procesos mentales previos a sentarse a escribir. Frente a esa escena y mientras registrábamos el momento en fotos, le digo a Kevin “si esto no nos sirve de inspiración…”.

Dos cosas sostengo: a) siempre es ficción y b) siempre hay un algo de autorreferencial. Quien pueda escapar de esto, tiene mi más sincera admiración.

Las cosas que a uno lo pueden motivar son tan diversas y a veces tan incoherentes que uno no tiene más remedio que echarle la culpa a su propia cabeza. Por ejemplo, uno de esos guiones inconclusos está basado en una visión que tuve escuchando un tema de Eric Clapton. ¿Cuántas veces había escuchado Change the world antes de que se me ocurriera esa historia? ¿Cincuenta veces, doscientas veces? Tiene que deberse entonces al estado emocional de uno, a un cortocircuito cerebral. Si tan solo uno pudiese switchear sus neuronas para que trabajaran un poquito más, ¡cuántas cosas fantásticas podríamos haber hecho ya!

Es verdad que por más que la inspiración a uno lo haya inundado, a veces es la voluntad lo que nos jode. Ves como los archivos de Word te miran por meses, reclamando una resolución. Encontrás papeles en cuadernos viejos, pasas por el bar en el que se te ocurrió la mejor idea tomando un submarino con un amigo. Y uno se siente culpable, lo que lleva a que duerman por unos meses más. Llega un momento, en mi caso al menos, en el que releo lo poco que había avanzado y ya no me gusta. Yo ya se que si tuve un rush de inspiración y no hay nada concretado en las primeras setenta y dos horas, he dejado pasar una vez más una idea. Me imagino a la idea agitando un pañuelo azul, despidiéndose de mí, tomándose un barco que se hace cada vez más chiquito. Es ahí cuando me despierto a las cuatro de la mañana y agarro el cuaderno que guardo en la mesita de luz, y escribo algo que a la mañana siguiente me costará un huevo entender: algo es casi siempre mejor que nada.

Lucy Gómez: una breve descripción


A sus trece años los maestros la consideran más madura que el adolescente promedio. Eso se debe a que para ella la escuela no es más que un ejercicio de teatro: todo lo que suceda durante esas cinco horas dentro de esa caja nada tiene que ver con ella. De hecho se ha hecho bastante buena en eso: ha trabajado muchos años para ser invisible. No tiene amigos allí, tampoco enemigos, buenas notas, pero nada sobresaliente. Nadie allí es lo suficientemente genial como para conocer sus secretos. Por ejemplo, su compañera de banco jamás sabrá que Lucy Gómez examinaba cuidadosamente las empanadas para elegir la que estuviese más rota. Lo mismo con los chocolates: los medio derretidos y con el relleno afuera la vuelven loca. Son infinitamente más ricos que los sanos, todo el mundo lo sabe.

Al mediodía prepara su almuerzo según las indicaciones que ha dejado su hermana mayor en la pizarra blanca. Para cocinar las cosas más sencillas se pone un delantal a cuadros y un sombrero de chef que había pertenecido a un disfraz. Juega a conducir un programa de cocina, inventa aderezos para ensaladas y come frente a la tele.

Rara vez hace la tarea, aunque sus profesores jamás lo sospecharán. En vez de eso, se acuesta en su cama con las cortinas bajas y juega a que sus dedos son arañas que trepan por las paredes. Cuando se aburre le habla al espejo y llora pensando en la posible muerte de su gato. Es que a Lucy le gusta hacer cosas raras. Como maquillarse y pintarse mechones de pelo con máscara de pestañas azul. O decorarse las uñas con flores, ponerse un bigote de mentira y cantar como Freddy Mercury.

Cuando está triste hace muffins con la mezcla de bizcochuelos que se compra en el supermercado. Si está muy triste les hace un hueco y les pone dulce de leche adentro.

Lucy Gómez se hace trenzas en el pelo y las desarma para que le quede el pelo inflado. Junta plumas y se arma coronas, se pone un camisón con flores y unos anteojos gigantes. Juega a que es una de esas señoras de la tele, que va por el mundo probando quesos y vinos. Le gusta leer novelas gordas, pero nunca puede resistir la tentación de leer la última carilla antes que nada. En su cuarto, pinta un mural con frases que escucha en canciones y le gustan. Lo cubre con un poster de los Beatles, pero cuando no hay nadie en casa se queda horas viéndolo y perfeccionándolo. Lucy colecciona lapiceras de hoteles que le trae su mamá, que vieja mucho.

Cuando sea grande Lucy Gómez va a ser escritora, bailarina, paleontóloga, directora de cine, periodista de política internacional, cocinera, profesora de biología, manager de una banda de rock y peluquera.


Lo que dejó la Navidad

Por primera vez llegamos tarde a la reunión de Noche Buena: supongo que se debe a que este año mi viejo no se encargaba del asado. De hecho, no hubo asado, aunque si prendieron fuego un par de pollos y mi mamá llevó una terrina de atún con un pino navideño hecho de perejil (si, de perejil señora).

Hubo un delivery de bombachas rosas. Por algún motivo mi tía no le pega a los talles. El año pasado las bombachas parecían salidas de un sex shop y este año eran más bien carpas para nueve personas.

Tuvimos un recital privado y participé en la percusión tocando los huevitos mágicos, mientras los mosquitos se comían mis piernas sin tener una pizca de piedad.
Como era predecible, mi viejo celular entró en coma profundo cuando se vio amenazado por una ola de mensajes festivos. El 25 pasó tranquilamente. Como si no hubiese comido suficiente Ceci me invitó un helado a la nochecita. Este post no tiene nada de sentido, ninguna razón de ser: solo es una excusa para ablandarme y sentarme a escribir algo cortito, ya que estoy preparando otras cosas que me van a llevar más tiempo.