domingo, 27 de diciembre de 2009

Sobre la inspiración:


Es propio de mi naturaleza dejar las cosas por la mitad. Si digo cuantos guiones o cuentos empecé y abandoné nadie me creería. Pero no voy a hablar de eso, sino del increíblemente funcionamiento de la imaginación. La otra noche estábamos cenando en familia por las fiestas y en medio del brindis había parientes revoleándose bombachas. Un rato antes habíamos hablado con Kevin a cerca de los procesos mentales previos a sentarse a escribir. Frente a esa escena y mientras registrábamos el momento en fotos, le digo a Kevin “si esto no nos sirve de inspiración…”.

Dos cosas sostengo: a) siempre es ficción y b) siempre hay un algo de autorreferencial. Quien pueda escapar de esto, tiene mi más sincera admiración.

Las cosas que a uno lo pueden motivar son tan diversas y a veces tan incoherentes que uno no tiene más remedio que echarle la culpa a su propia cabeza. Por ejemplo, uno de esos guiones inconclusos está basado en una visión que tuve escuchando un tema de Eric Clapton. ¿Cuántas veces había escuchado Change the world antes de que se me ocurriera esa historia? ¿Cincuenta veces, doscientas veces? Tiene que deberse entonces al estado emocional de uno, a un cortocircuito cerebral. Si tan solo uno pudiese switchear sus neuronas para que trabajaran un poquito más, ¡cuántas cosas fantásticas podríamos haber hecho ya!

Es verdad que por más que la inspiración a uno lo haya inundado, a veces es la voluntad lo que nos jode. Ves como los archivos de Word te miran por meses, reclamando una resolución. Encontrás papeles en cuadernos viejos, pasas por el bar en el que se te ocurrió la mejor idea tomando un submarino con un amigo. Y uno se siente culpable, lo que lleva a que duerman por unos meses más. Llega un momento, en mi caso al menos, en el que releo lo poco que había avanzado y ya no me gusta. Yo ya se que si tuve un rush de inspiración y no hay nada concretado en las primeras setenta y dos horas, he dejado pasar una vez más una idea. Me imagino a la idea agitando un pañuelo azul, despidiéndose de mí, tomándose un barco que se hace cada vez más chiquito. Es ahí cuando me despierto a las cuatro de la mañana y agarro el cuaderno que guardo en la mesita de luz, y escribo algo que a la mañana siguiente me costará un huevo entender: algo es casi siempre mejor que nada.

Lucy Gómez: una breve descripción


A sus trece años los maestros la consideran más madura que el adolescente promedio. Eso se debe a que para ella la escuela no es más que un ejercicio de teatro: todo lo que suceda durante esas cinco horas dentro de esa caja nada tiene que ver con ella. De hecho se ha hecho bastante buena en eso: ha trabajado muchos años para ser invisible. No tiene amigos allí, tampoco enemigos, buenas notas, pero nada sobresaliente. Nadie allí es lo suficientemente genial como para conocer sus secretos. Por ejemplo, su compañera de banco jamás sabrá que Lucy Gómez examinaba cuidadosamente las empanadas para elegir la que estuviese más rota. Lo mismo con los chocolates: los medio derretidos y con el relleno afuera la vuelven loca. Son infinitamente más ricos que los sanos, todo el mundo lo sabe.

Al mediodía prepara su almuerzo según las indicaciones que ha dejado su hermana mayor en la pizarra blanca. Para cocinar las cosas más sencillas se pone un delantal a cuadros y un sombrero de chef que había pertenecido a un disfraz. Juega a conducir un programa de cocina, inventa aderezos para ensaladas y come frente a la tele.

Rara vez hace la tarea, aunque sus profesores jamás lo sospecharán. En vez de eso, se acuesta en su cama con las cortinas bajas y juega a que sus dedos son arañas que trepan por las paredes. Cuando se aburre le habla al espejo y llora pensando en la posible muerte de su gato. Es que a Lucy le gusta hacer cosas raras. Como maquillarse y pintarse mechones de pelo con máscara de pestañas azul. O decorarse las uñas con flores, ponerse un bigote de mentira y cantar como Freddy Mercury.

Cuando está triste hace muffins con la mezcla de bizcochuelos que se compra en el supermercado. Si está muy triste les hace un hueco y les pone dulce de leche adentro.

Lucy Gómez se hace trenzas en el pelo y las desarma para que le quede el pelo inflado. Junta plumas y se arma coronas, se pone un camisón con flores y unos anteojos gigantes. Juega a que es una de esas señoras de la tele, que va por el mundo probando quesos y vinos. Le gusta leer novelas gordas, pero nunca puede resistir la tentación de leer la última carilla antes que nada. En su cuarto, pinta un mural con frases que escucha en canciones y le gustan. Lo cubre con un poster de los Beatles, pero cuando no hay nadie en casa se queda horas viéndolo y perfeccionándolo. Lucy colecciona lapiceras de hoteles que le trae su mamá, que vieja mucho.

Cuando sea grande Lucy Gómez va a ser escritora, bailarina, paleontóloga, directora de cine, periodista de política internacional, cocinera, profesora de biología, manager de una banda de rock y peluquera.


Lo que dejó la Navidad

Por primera vez llegamos tarde a la reunión de Noche Buena: supongo que se debe a que este año mi viejo no se encargaba del asado. De hecho, no hubo asado, aunque si prendieron fuego un par de pollos y mi mamá llevó una terrina de atún con un pino navideño hecho de perejil (si, de perejil señora).

Hubo un delivery de bombachas rosas. Por algún motivo mi tía no le pega a los talles. El año pasado las bombachas parecían salidas de un sex shop y este año eran más bien carpas para nueve personas.

Tuvimos un recital privado y participé en la percusión tocando los huevitos mágicos, mientras los mosquitos se comían mis piernas sin tener una pizca de piedad.
Como era predecible, mi viejo celular entró en coma profundo cuando se vio amenazado por una ola de mensajes festivos. El 25 pasó tranquilamente. Como si no hubiese comido suficiente Ceci me invitó un helado a la nochecita. Este post no tiene nada de sentido, ninguna razón de ser: solo es una excusa para ablandarme y sentarme a escribir algo cortito, ya que estoy preparando otras cosas que me van a llevar más tiempo.




miércoles, 16 de diciembre de 2009

Temporada de Pan Dulce y otras hierbas

Ha culminado con éxito (?) el año lectivo en la facultad y dispongo de tiempo libre para hacer cosas que me hacen bien. Siempre por estas fechas me agarra la necesidad de hacer algo creativo, ya sea macramé o modelado en mazapán, y en esta oportunidad me puse a cocinar galletitas. Cambié la receta de todos los años por una que lleva almidón de Maíz, para que salgan más tiernitas, y me puse las pilas con la decoración.

Estoy muy orgullosa del producto terminado porque me saca de apuros en ésta época. Estoy sin un mango y puedo dejar a todos contentos con una porción de galletitas, con relativamente poco dinero, aunque con mucho amor (?).

Estas fiestas avanzan como un mar revuelto. Por un lado, hay gente que ya no está (en el sentido literal y en el figurado también) y por otro se suman aquellos que por años no pudieron estar.

Aunque todos los años se crean anécdotas nuevas, el espíritu se mantiene, en forma de una rutina que no aburre:no sería Navidad sin la tía Chichi haciendo guerra de cáscaras de nueces, sin la olla tamaño industrial de ensalada de fruta de Yelí, sin niños jodiendo debajo de las mesas, sin temas de Elvis, y sin esas bombachas rosas que nos llenan de vergüenza. Bueno, si sería Navidad. Pero no tendría nada de sentido para un agnóstico como yo. Es una gran, genial excusa para brindar por la locura que heredamos y la que gracias a nuestros fuertes genes seguimos transmitiendo.
Otro año en que va a sobrar ensalada para sesenta personas, en que alguien va a tomar demás, algún niño llorará por los cohetes y alguien se caerá de culo en un charco de grasa llevando el helado a la mesa.

Yo me voy preparando para el circo. Felicidades, everyone!



domingo, 6 de diciembre de 2009

Bordeando los límites de la paciencia.

Señora con problemas: -Quiero éste remedio.

Miss Wallace: -Bueno, éste que le puso el médico en la receta le sabe 79 pesos. Yo le puedo ofrecer uno con las mismas drogas pero de otra marca, que le va a salir 44.

Señora con Problemas: -Pero quiero el que dice arriba nomás, el otro no.

Miss Wallace: -Es una pastilla sola señora, con dos drogas.

S.c.p: -Pero quiero la de arriba.

M.W: -Pero no le va a hacer nada la amoxicilina sola, necesita el clavulánico, sino no funciona señora.

S.c.p: -Y cuando me sale?

M.W: -La marca Optamox 79. Hay otra que le sale 44.

S.c.p: -Bueno, voy a ver y vuelvo.

La señora vuelve a las dos horas a la farmacia. Miss Wallace carga datos e la computadora cuando se abre la puerta.

S.c.p: -Quiero éste remedio

Farmacéutica con paciencia: -La marca Optamox le sale 79 pesos.

S.c.p: -¿Por qué es tan caro?

F.c.p: -Porque es una pastilla con dos drogas, la amoxicilina y el ácido clavulánico, no hay muchos laboratorios que la hagan. Yo le ofrezco una igual, de otra marca que le va a salir mucho más barato.

S.c.p: -Pero no voy a llevar los dos ahora.

F.c.p: -Señora, es una sola pastilla

S.c.p: -Bueno, no me alcanza la plata, vuelvo más tarde.

La señora toca el timbre del turnero, son las ocho y media de la noche y ya habían bajado las persianas de la farmacia.

S.c.p: -Voy a llevar el que dice ahí

M.W: -El Optamox?

S.c.p: -Si, el que sale 79 pesos.

M.W: -Bueno, ya se lo traigo.

Miss Wallace empaca y hace el ticket, le entrega el remedio, la receta y el vuelto.

S.c.p: -Es el de arriba nomás, no?

M.W: -No señora, es una pastilla con dos drogas adentro, no son dos remedios distintos.

S.c.p: -Y cuál era el que salía más barato?

M.W: -Era lo mismo pero de otra marca

S.c.p: -Tiene lo mismo adentro? Segura?

M.W: -Si señora, pero usted me pidió este.

S.c.p: -No me lo podes cambiar entonces?

Es inútil. A veces la gente simplemente no entiende. Con tal que se vaya y no vuelva nunca más, Miss Wallace le cambia el remedio y le desea una pronta recuperación a la señora.

Live! In Buenos Aires.-


Hay cosas que pasan solo en Buenos Aires y con determinadas personas. Hace unos meses he caído presa de la locura de mi propia familia, con alegría.

Para una rockstar frustrada, estar rodeada de músicos es la gran aventura de su vida, más si por una noche jugas a estar de gira en una ciudad ajena, que resulta ser la tuya.

Hoteles de lujo, salones con platería de 1800, alfombras importadas, señoras coquetas y una ronda de alfajores. Llevar bombos y platillos, trípodes y cables, sentir la adrenalina que produce el no saber si te va a alcanzar la batería de las cámaras. Tomarse un taxi al siguiente show, here we go again! Nuestra noche terminó en una pizzería, con gente hablando en tres idiomas distintos, y un mozo que te hace descuento “porque lo trataron bien”, que se pone a cantar un tango a capella y vos te quedas mirando, absolutamente convencido que eso es Fucking Buenos Aires Live!

Campamento gitano con vista al río, para levantarte a las tres horas y subirte al Sarmiento, con la seguridad de que esa noche no te la olvidás nunca más.


martes, 1 de diciembre de 2009

Nomadismo y problemas

En lo que va de la semana, he intentado pasar el blog a Tumbrl sin éxito (no me permite importar lo anterior) y ayer llegué a Blogger. Tampoco me dejó importar las cosas, así que terminé copiando y pegando, como la peor. Pero encuentro las plantillas más "estéticamente correctas", así que el esfuerzo no será en vano. O sí, puede que la semana que viene deje de existir. Puede optar por ser amable y tener paciencia. O revolear vegetales: usted elija.


Cadenas de cobre

Cuando no hay luz el ser humano promedio se desespera. Si tenes suerte y es de día te asomas a una ventana y haces esas cosas para las que nunca hay tiempo: una partida de Rapigrama con tu hermana o una vuelta de Tutti Frutti. Pero algo molesta, un melómano soporta el silencio por poco tiempo. Recurrís a tu mp4 y lo pones en altavoces, como para no ser egoísta. Una sensación asqueante te corre por la espalda: sentís que en cualquier momento va a empezar a sonar reggaetón. Lo más triste es que no tenes luz y no podes culpar a Edenor: es tu viejo, que hace exactamente dieciséis horas está tratando de instalar un ventilador.

Si para peores es de noche, la situación adquiere ahora la adrenalina del peligro. La aventura de encontrar esas velas que sabes que tenés en alguno de los cuarenta y tres cajones de la casa tiene cierto encanto. Pero la emoción se diezma cuando las velas berretas se consumieron y empezas a encender las decorativas. La casa tiene ahora un olor a coco y a vainilla que te recuerda a esos restaurantes que se creen románticos.

Te acordas que tenes en la heladera un pollo que compraste hace tres días y tenes miedo de que vuelva a caminar por sus propios medios. También hay pickles misteriosos del último cumpleaños y un pedazo de flan. A éste último lo salvas de la descomposición y te pones a pelar unas papas en la oscuridad, te rebanas un dedo y metes todo al horno. A la media hora la baranda a pollo con esencia de coco te descompone. Aguantás un poco más, hasta que decidís que tu comida no tiene pulso y te entregas al placer de una cena a la luz de las velas. Brindemos por la magia de la electricidad, amén.